El avaro visita su tesoro por traerle a la memoria que es su dueño, carcelero de su moneda.

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En otras palabras, Quevedo sugiere que el avaro, aquella persona que tiene una codicia excesiva por el dinero y los bienes materiales, visita su tesoro con frecuencia no solo para verificar su posesión, sino también como una especie de ritual para recordarse a sí mismo que es el dueño y guardián de su riqueza. La metáfora de ser el "carcelero de su moneda" sugiere que la avaricia puede convertirse en una prisión personal, donde la acumulación de riqueza se convierte en una carga más que en una fuente de satisfacción.